miércoles, 11 de agosto de 2010

Rarezas al decorar mi trinchera

En lucha contra el cuento de los finales felices y de las princesas que comen perdices. Debe ser porqué yo siempre he sido más de comer queso. Me enfrento en el campo de batalla a príncipes azules (irónicamente, azules) porqué, como ya se sabe, destiñen. Debe ser porqué a mí nunca se me ha dado bien lavar a mano (izquierda).
Acomodo mi pequeña trinchera, al fin y al cabo, mi ejército soy yo misma –que no es poco-. En mi territorio no hay clavadas banderas blancas, en él sólo se clavan olores. Mis olores y mis manías. Mi pequeña guarida con paredes marrones y platos verdes. Sí, ya avisé de mis manías.

Me gusta la soledad de mi refugio y mi cepillo de dientes que aguarda sin compañía. Adoro caminar descalza y que el primer “buenos días” lo susurre la cafetera. Guardo en la trinchera un arsenal de tazas y relojes. Las tazas son para beber(me), sorbo a sorbo, los minutos de retraso que me marca tu reloj. Me río yo de la guerra de los cien años.
En mi cruzada particular los domingos, que siempre comienzan a las doce del mediodía, no conviven con paellas y los (malditos) lunes se despiden en la azotea. No te voy a engañar, desde mi terraza no llego a ver el mar, solo un inmenso enjambre de viejos tejados con ropa blanca al vuelo y palomas despistadas. Amada terraza de postal en días de lluvia y de cine en noches despejadas. Pero si algo me gusta de mi balcón es que acoge a mis aliados y sus cervezas, las mismas que yo soy incapaz de oler. ¿Te he comentado algo de mis manías?
Parece ser que no combato yo sola. Convivo con virtudes y (muchos) defectos. Habito un espacio en el que sólo hay hueco para aqu(él) que lo reúne todo pero que no (me) ofrece nada. Y puestos a ser egoístas, yo he de reconocer que a la hora de dormir, en mi barraca no comparto mis dos lados de la cama.

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