miércoles, 8 de septiembre de 2010

Ha vuelto

Volví a pasar la página del calendario y allí lo encontré, de nuevo. Esperándome con las últimas tormentas de verano y las hojas gastadas y amarillentas de esos apuntes que soy incapaz de retomar. Como diría el maestro, Ismael Serrano, vuelve negro como una caries, un septiembre estudiantil.

Me habla de reencuentros, de la luz de los fluorescentes y de blocs de notas aún sin estrenar. Presagia la vuelta del abrigo y de mis botas de agua. Por fin. Atrás quedan las horas muertas sin un calendario futbolero al que aferrarse. A decir verdad, añoraba la rutina. Ese vértigo del retorno a lo de siempre, de las vueltas del reloj. Echaba de menos los cruces de bostezos anónimos en vagones de metro abarrotados. Vuelven los horarios de trenes que no te llevan a la libertad y los ascensores cargados con caras de rutina y trabajos acabados a última hora.

Un año más, anotaré las primeras tareas en esa agenda que atará mi rutina de los próximos nueve meses. Eso sí, con buena letra. Todavía no tengo motivos para torcer el renglón. Y si los motivos llegan, me espera la cafetería que, aunque parezca mentira, a mí el café junto a buena compañía me relajan.

Poco a poco, el calendario me recordará que en el mundo hay más colores. Ese momento en el que los naranjas se convierten en marrones y los azules del mar en grises de borrasca. Cuando el termómetro desciende como mis manos buscando los bolsillos de mi vieja chaqueta. Ese punto en el cual aún es pronto para hacer balances y lo suficientemente tarde como para dar marcha atrás.

Sin embargo, cada vez que ojeo el calendario algo por dentro me resulta diferente. Este año no ha vuelto como siempre. Es, seguramente, el último septiembre de una gran etapa. Un septiembre que nos hace más viejos a todos. Sé que ha llegado lo que siempre he querido y temido, a partes casi iguales.

Hoy, vuelvo a escuchar la banda sonora de mis septiembres: “Ahora” –sí, de nuevo Ismael – y una vez más da de lleno en la diana. Sé que ciertas personas van a empezar a faltarme, así que voy a seguir pasando las hojas del calendario porqué nunca me han gustado las despedidas y aunque aún no te hayas ido, ya estoy deseando que regreses.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Historia de un recuerdo

En el antiguo Egipto, se observó al escarabajo pelotero empujar y hacer rodar una pequeña bola de estiércol dentro de algunas grietas. Las hembras, se encargaban de amasar esta pelotita y las conservaban como reserva de comida en el lugar donde, más tarde, incubaban sus huevos. Esto significó el renacer de la vida para los ciudadanos egipcios y relacionaron al insecto con el sol de levante. Esta relación con el sol –la máxima deidad egipcia- fue la causa de la divinización del escarabajo. Más tarde, fueron los sacerdotes los que se identificaron con el animal con la idea de convertirse en símbolos de vida y regeneración.

Vinculado al dios Jepri, el escarabajo simboliza el que llega a ser o aquel que renace por sí mismo. La renovación constante de la existencia. Los años lo han convertido en amuleto de vida y poder y se dice que aquel que porta uno de estos símbolos cuenta con protección contra el mal, visible o invisible. Además, se sostiene que el escarabajo aporta poder y fuerza y que quien lo lleva durante la muerte, acorde a los ritos funerarios, y que el difunto tiene la posibilidad de resucitar y obtener la vida eterna.

Hoy día, esta civilización antigua ha desaparecido pero tras ella ha quedado un legado de respeto hacia esta cultura milenaria. Quizás nada de lo que se creía en el antiguo Egipto era cierto, quién sabe. Pero a decir verdad, a mí no me importa. Hoy he recibido como regalo un precioso brazalete con el símbolo del escarabajo y, aunque no me convierta en inmortal, yo sé que nunca moriré mientras tenga amigos que me recuerden cuando viajen por la vida.







Gracias, periodista. Gracias, amiga.