Hay momentos en los que frenas. Tus
dedos dejan de golpear frenéticos sobre el desgastado teclado y tus
ojos comienzan a moverse lentos, observando el caótico espacio en el
que trabajas. Es en ese momento cuando ves que todo está fuera de
sitio. Lo que antes creías que era tu mundo perfecto, tu manera
soñada de vivir, ahora es un nido, frío, que te oprime. Los cajones
de ese escritorio almacenan esfuerzo, horas de trabajo no
recompensado, ideas sin futuro y esperanzas apagadas. Justo en ese
instante, te planteas levantarte de la silla, apagar todas las luces
y cerrar la puerta del desánimo.